Erase una vez un cuento
chiquitito, tan pequeño tan pequeño que como nadie podía leer lo que había
escrito en sus páginas no le prestaban atención.
Este cuento vivía en una gran
casa donde todos sus familiares siempre estaban ocupados ofreciendo información
a todo a aquel que la necesitaba.
Papa Hist era un
señor libro muy gordo, que contaba cosas sobre la historia de los seres humanos
desde que empezaron a cazar y vivían en cuevas, hasta que aprendieron a leer y a
escribir. Era muy respetado en la gran casa y todo el mundo que venía
preguntaba por él.
Mamá Len era una
señora libro que explicaba como hablar y entenderse en otros idiomas, nunca
estaba callada y siempre estaba hablando y hablando sin parar.
El Tio Gimn, daba
información sobre como hacer ejercicios para encontrarse bien cada día, las
piernas en alto, los brazos en cruz, ahora a saltar, luego a tumbarse, en
ocasiones podía llegar a ser agotador.
La Tia Salu se parecía bastante
a él, ofrecía toda clase de recetas de cocina con un único objetivo, estar
saludable por dentro para luego aguantar al tío Gimn.
La abuela Fina
enseñaba a vestirse correctamente y estaba toooodo el día moviendo sus páginas,
de una a otra mostrando esas fotos bonitas de modelos con cuerpos perfectos en
los que podías ver cómo hacía juego un jersey azul con un pantalón negro y
además si no lo hacías bien, la yaya te regañaba.
Y el abuelo Mat, que os voy a
contar, este hombre era especial, ayudaba a los niños a juntar unos números con
otros y luego hacía magia con unos cuantos símbolos añadidos, porque de ahí
salían palabras como sumar, restar, multiplicar o dividir y al final esos
números si lo movías como él decía podías conseguir con ellos cosas muy “guays”.
Así que al pequeño Cuen nadie
le hacía caso y se paseaba de un sitio a otro intentando llamar la atención con
sus sollozos y sus ¡ays!. Pero ni caso.
Cierto día un niño que no paraba
de correr y chillar en la gran casa de los libros, se tropezó con Cuen,
lo cogió con sus deditos, sorprendido de lo pequeño que era, ojeó sus páginas
con desdén, acercándose mucho el libro a su cara para intentar ver lo que
estaba escrito. No le dedicó mucho tiempo, cuando descubrió lo difícil que era adivinar
su contenido y, como le costaba mucho centrarse en una sola actividad, guardó a
Cuen en el bolsillo de la sudadera, casi sin darse cuenta, y siguió
corriendo por los pasillos de la gran casa hasta que una señora muy sería le llamó la atención.
-Raúl, te he dicho muchas veces que
en la biblioteca no puedes correr ni hablar alto. Hazme el favor de salir de aquí
sino quieres que avise a tus padres- le dijo al peque mientras señalaba con el
dedo en dirección a la salida.
No fue hasta que llegó a casa cuando
Raúl se dio cuenta de que se había llevado el libro por error.
Se estaba quitando la sudadera
cuando escuchó un ruido de algo que golpeaba en el suelo y al mirar hacia abajo
lo vio, era el libro diminuto que se había encontrado en la biblioteca. Lo tomó
de nuevo entre sus manos, abrió sus páginas otra vez y puso cara de fastidio. Ya
no se acordaba que era incapaz de leer aquellas letras tan chiquitas así que
con rabia empezó a arrancar las hojas.
- ¡Ay! – dijo una vocecita- pero que
bruto eres. ¡No me hagas eso! ¿No ves que me haces daño?, ¿Te gustaría que yo
te arrancara uno a uno los pelos de tu cabeza? - preguntó sollozando esa voz.
El niño asustado soltó el libro de
golpe y comenzó a buscar por la habitación al dueño de aquella voz.
-Uff menos mal que me has dejado
en paz- dijo de nuevo Cuen- estoy un poco mareado y además me
duele todo- sollozó - ¡¡¡¡quiero a mi mamaaaaaaaa!!! -gritó.
Raúl finalmente se dio cuenta de
que aquella voz procedía del libro, esta vez lo cogió con cuidado, lo miró sin
fiarse mucho y le preguntó- ¿eres tú el que está llorando?
-Pues claro, ¿ves a alguien más
en la habitación? – respondió Cuen.
-Los libros no hablan y no
lloran- señaló Raúl apuntando con el dedo a Cuen.
-¿Y quién dice eso?, los libros
hablamos, lloramos y contamos historias igual que tú.
-Pero sí eres tan pequeño que no
te puedo leer- le soltó Raúl enojado.
-Eso es porque no me has
preguntado, ¡ay! Nadie me pregunta nuuuuuunca- dijo entre quejidos Cuen-
y añadió- ¿Podrías, por favor, volver a pegar mis hojas rotas?, me duelen
¡Ayyyy!
Raúl fue a la mesa que usaba para
hacer los deberes y cogió un poco de celo para unir la hojas que había
arrancado del libro. Mientras las pegaba, con sumo cuidado, preguntó-¿tienes
nombre o algo así?-
-Sí, me llamo Cuen
porque soy un cuento que cuenta cuentos? -
-No te entiendo- dijo Raúl.
-Pues que soy más o menos mágico,
como nadie me puede leer, hablo y te cuento el cuento que tu me pidas, me los
invento.
-Oséa que si yo te pido que
cuentes un cuento sobre mi ¿Lo harías?
-Claro, escucha y veras.
Érase una vez un niño travieso y
mal educado llamado Raul…
………
Dice la leyenda que Cuen
sólo aparece para ayudar a aquellos que necesitan conocer el valor de los
libros. Porque los libros hablan, sienten y trasmiten todo el conocimiento que
necesitamos en determinados momentos de nuestras vidas.
Busca en las páginas de
cualquiera de ellos y descubrirás que una simple frase puede guiarte por el
camino que te hace falta.
Y colorín colorado este cuento no
ha terminado pregúntale a Cuen.😏
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