Erase
un vez una tortuga y una abeja…
La
primera de nombre Centenaria le gustaba ir a hidratarse y tomar el sol al
estanque del bosque donde vivía. Era el lugar más hermoso de todos los que
había conocido en su larga vida y cuando se sentaba sobre una de las rocas
redondas y lisas que habían surgido de la erosión de miles de inviernos fríos y
veranos calurosos, dejaba volar su mente y se imaginaba como podría haber pasado su vida si hubiera sido
más rápida en tomar decisiones.
La
abeja, de nombre Avelina, se la encontraba siempre de camino al panal cuando
venía de recolectar el polen que a diario tenía que dejar en la colmena.
Trabajaba sin parar y nunca le sobraba tiempo para nada. Volaba, cada día, diez
veces hasta el estanque para recoger de las flores todo lo que estas le
ofrecían y cuando, al atardecer, los pétalos se cerraban para decir adiós al
sol, estaba tan cansada que solo quería irse a dormir.
Por
eso le gustaba observar a la tortuga, sonreía enigmáticamente cuando miraba al
vació como si allí, en el horizonte, viera algo que ella no era capaz de
discernir.
Un
día que tenía algo de tiempo antes de volver a casa decidió disfrutar de su
vuelo y divertirse viendo los paisajes que habitualmente recorría sin mirar.
Cuando llegó al estanque se posó sobre el caparazón de Centenaria y le pregunto
al oído:
-¿Qué
te hace sonreír todo el tiempo, tortuga?
-Centenaria
giró su cabeza para saber quién le estaba susurrando y cuando vio a Avelina con
su llamativo traje de rayas amarillas y negras se sorprendió de su belleza pero
no dijo nada y respondió:
-Estaba
imaginando como habría sido mi vida ahora que tengo tanta sabiduría y el
conocimiento suficientes para afrontar los problemas desde otra perspectiva que
no veía cuando era joven. Y llego a la conclusión de que habría hecho otras
cosas que no me atreví por miedo a decepcionar a los demás.
-Eso
me pasa a mi- respondió la abeja y preguntó- ¿Qué cosas?- con la esperanza de hallar
una respuesta a su esclavo trabajo.
-Para empezar habría intentado entrenar mis músculos para ser más fuerte. Cargar con el caparazón todos los días es agotador. Luego habría buscado una compañera
para que llevar la casa a cuestas no fuera tan duro. Y sobre todo porque al final del viaje te das cuenta que lo más bonito es tener alguien con quien compartir los momentos, las anécdotas y tu vida en general.
- ¿Y
yo podría hacer lo mismo? Sería maravilloso poder mostrar a alguien más lo
hermoso que es un amanecer en este bosque cada vez que alzo el vuelo por las
mañanas, pero nunca tengo a quién decírselo. En la colmena hay mucha gente, pero me siento sola.
-¡Claro!
Avelina. Si quieres un consejo de esta Centenaria: Disfruta de tu tiempo porque
el tiempo no vuelve, lo que vuelve es el arrepentimiento de haber perdido el
tiempo.
FIN