domingo, 13 de septiembre de 2020

EL LIBRO

 




EL LIBRO

Qué más da la fecha, siempre hay un día en el calendario que cambiará la vida de los que aún están por llegar.

He leído, no se sí será cierto, que las almas tienen el poder de elegir donde nacer, y que incluso una vez que has tomado la decisión, mientras no llegues al final del trayecto, te puedes cambiar sino te gusta lo que escuchas dentro de esa casa de alquiler en la que te dejan estar durante 9 meses.

Nunca te has preguntado, ¿qué hubiera ocurrido si te hubieras cambiado?

Un momento en el destino, y…  ¡zas! todo es diferente. Si pudiéramos elegir, ¿qué habría ocurrido?

Si la providencia no te hubiera traído a este mundo quienes te rodean serían otros y los que ahora están no te habrían conocido.

Tus hijos, si los tienes, tu pareja, tus amigos, los que son o han sido tus padres, ninguno de los nombres que conoces hasta ahora tendría sentido para ti ni tú para ellos. Sus vidas serían diferentes porque no habrías interferido en ellas.

La vida es un libro, cada uno de los personajes podría haber formado parte de una historia distinta, pero forman parte de la tuya gracias a ti.

La vida empieza para morirse, pero hasta entonces hay que hacer muchas cosas, hay que conocer a muchos héroes, comediantes, embaucadores, hay que escribir un libro, tú libro.  

Luego está el argumento, debe ser interesante para que quienes lo lean piensen que al final te mereces  tu premio Nobel de literatura, o el Cervantes, o vete a saber, porque unos se lo llevan todo, y otros nada si su libro es aburrido.

Lo mejor el  título, por el se engancha al lector. Pero en una ocasión me enseñaron que el nombre es lo que se pone al final. Un buen libro primero se escribe se le da vida, y solo es en el desenlace cuando podemos llamar a esa historia de una forma adecuada. 

Lo más bonito de todo es cuando el lector te dice, estoy triste porque he acabado tu libro y voy a echar de menos a todos esos personajes que llevan conmigo varios días.

Hay lectores, como a mí, a los que nos gustan los finales felices, un final trágico te acaba dejando un regusto amargo, sufres por los protagonistas y terminas por perder la afición a leer. Aunque también es cierto, que hay algunos que se alimentan de tragedias ajenas. No es mi caso.

Si yo fuera el destino, me dedicaría a dar pequeños giros a los intérpretes de cada vida para conseguir que tengan su final feliz.

Cuando leemos no nos enamoramos de la apariencia de los personajes sino de sus palabras, sus pensamientos, su corazón. Nos enamoramos de su alma.

Porque, siempre, después de leer un libro, uno nunca vuelve a ser el mismo.

 

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