miércoles, 9 de septiembre de 2020

EL CONTADOR DE HISTORIAS

 




EL CONTADOR DE HISTORIAS

Cuando era niña y aprendía el oficio de ser contadora de historias, mi maestro siempre me decía esta frase: ‘No olvides nunca que este es un trabajo que consiste en detallar unos hechos con rigor, honestidad, profesionalidad y criterio. Si no lo haces, algún día lamentarás haber provocado la desgracia de aquellos de quiénes hablas’.

Hoy en día sigue habiendo contadores de historias. Los hay con alma blanca pero también negra. Estos últimos son los sicarios de la profesión, los que se venden por un puñado de euros a cambio de cultivar su ego maltrecho.

Como decía Luis del Olmo, “Ser un empleado de un medio para contar la verdad del dueño en lugar de la tuya, es algo terrible.” 

Pero ellos y ellas se sienten poderosos porque han sido capaces de colocar su historia en portada. Una noticia construida a partir de una realidad robada, la mayoría de las veces con intereses ocultos, y que hacen verdadera para aquellos que tienen sed de vivir las vidas ajenas. 

Aquí, en este país, hay muchos.

Atrás quedó la honestidad, el trabajo de investigación para discernir lo real, del rumor. Los informadores de alma negra son rateros que sólo tienen un objetivo conseguir chismes y venderlos a costa del dolor ajeno.

Ya no importa si los personajes de la noticia son seres que sienten, que sufren, que poseen una vida que puede cambiar para siempre.  

Es cierto que sus historias mañana cubrirán los cubos de basura en la calles, pero hasta entonces la agonía es una pesada losa que deja cicatrices imborrables a sus protagonistas.

Existen tantas noches como días, y cada uno dura lo mismo que el día que viene después. Para apreciar la luz hay que conocer la oscuridad y la palabra felicidad perdería su sentido si no la equilibrara la tristeza. 

Lo mismo sucede con este oficio; para saber quién es honesto, hay que conocer la falsedad, y el verdadero contador de historias siempre es honesto.

Ryszard Kapuscinski, periodista polaco decía: “Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias.”

Porque en algo tan pequeño como una lágrima, cabe algo tan grande como un sentimiento.

Hay que aprender, por tanto, a distinguir la verdad entre tantas mentiras y a no dejarnos llevar por lo primero que cae en nuestras manos cuando algo es noticia. 

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