Con el relato de hoy quiero rendir homenaje a LUNA GATUNA de Salamanca, mucho más que un centro de adopciones. Sus voluntarios organizan talleres y campañas de sensibilización y tenencia responsable de gatos y otras mascotas.
La historia de MOC, es pura invención. Sí es cierto que MOC existió aunque no pudo sobrevivir a pesar de los esfuerzos de los veterinarios y su cuidadora. Los gatos de la foto si tuvieron la oportunidad de salir adelante.
Gracias LUNA GATUNA por seguir haciendo todo lo posible por dar una vida mejor a los animales abandonados.
MOC
Apareció en la mitad del
camino, el que recorría su alimentadora todos los días. Su mamá lo había dejado
allí con la esperanza de que las manos humanas pudieran hacer algo más, algo
que se quedaba fuera de su inteligencia y de sus medios.
-Mamá cuando sea grande quiero
ser fuerte como papá y conocer a una hembra
tan guapa como tú- Le había dicho el pequeño antes de cerrar los ojos.
Y tenía esperanzas, claro que
tenía ilusiones, porque lo veía cada día en otros. Sabía que entre los humanos
había médicos de animales con un gran corazón que luchaban por sacar a los de
su especie de los peores sitios donde otros humanos insensibles y crueles los
acaban dejando para morir de hambre, de frío o de alguna enfermedad.
Por eso cuando vio a la humana
acercarse, no lo pensó, y depositó a su pequeño en el suelo por si tenía una
oportunidad.
Vio cómo se acercaba con
rapidez a recogerlo, con que delicadeza, con que dulzura lo hizo, sonrió, le
había echado un pulso a la diosa Bastet porque no se lo iba a llevar tan
pronto, esta vez no. Ya se había llevado a su macho.
Aun así esperó varios días, y
como no sintió ese dolor en el núcleo central que sienten los animales cuando
uno de su sangre se va para siempre, supo que todo había ido bien. La diosa
protectora de los humanos, del hogar y de la magia había decidido dar un
oportunidad a su cachorro.
Mientras, en el mundo humano,
la clínica veterinaria donde estaba Moc, así lo había puesto su cuidadora, luchaba
día y noche para que poco a poco saliera
adelante. Era una diminuta bolita negra y blanca que prometía convertirse en
todo un felino distinguido, elegante, refinado, de esos que tienen clase y con
su pose imponen.
Un mes después Moc ya se tenía
sobre sus patas traseras y tomaba el biberón con verdadero ansia.
-Este grandullón no para de
comer- decía el veterinario a la pareja que lo iba a adoptar. Pronto os lo
llevaréis a casa.
Y así fue, dos meses más
tarde, tal y como había avanzado el veterinario, Moc partió rumbo a una nueva
vida. Sus nuevos amos eran un hombre y una mujer de mediana edad.
Moc no entendía mucho lo que
decían porque el lenguaje humano todavía no lo dominaba bien, pero si
comprendía los gestos, los que le dirigían a él para mostrar su cariño y los
que tenían entre ellos.
Le gustaban aquellos dos,
porque lo trataban con mucho afecto y con infinita paciencia aguantando las
travesuras propias de un gato joven.
-Ojalá un día yo encuentre una
gata igual con la que poder compartir todo- pensaba Moc cada vez que veía a sus
amos besarse, aunque a él no le gustaba que le tocaran el hocico, él era más de
ronronear y entornar los ojos y eso es lo que deseaba hacer desde hace un
tiempo con la gata tricolor que veía cada mañana apostada en la ventana de
enfrente.
Se imaginó corriendo por el
campo con ella en busca de algún ratoncillo. Quería correr con ella en días de lluvia, durante las
noches de verano, al amanecer. Quería poder compartirlo todo.
Ofelia miraba por la ventana,
a ese presumido felino que en ese momento se relamía los bigotes, y ronroneó de
placer imaginándose libre, corriendo con él por el campo, en días de lluvia,
durante las noches de verano, al amanecer.
La dueña de Ofelia era una
señora mayor que se había quedado viuda hacía tiempo, sus nietos le habían
regalado un gato para que le hiciera compañía.
La señora en cuestión estaba muy
pendiente de su mascota y nunca le faltaba pienso ni agua. Ofelia se
lo agradecía siempre con sus ronroneos y pasaba mucho tiempo apoyada en su
regazo, pero donde realmente deseaba estar era viviendo sus aventuras
imaginarias con ese pícaro que no dejaba de mirarla a través de aquella
ventana.
Y como el destino es imprevisible,
a veces, se escucharon unos golpes en la puerta que interrumpieron sus
reflexiones y el sueñecito de su dueña que tuvo que levantarse para ir a abrir.
Qué sorpresa se llevó cuando
vio que los recién llegados eran los dueños del gato de sus sueños. Lo poco que
entendió del lenguaje humano, los idiomas no se le daban bien, hizo que le
temblaran los bigotes y comenzó a acicalarse con esmero.
-Buenos días Doña Obdulia verá-
dijo el hombre rascándose la cabeza con nerviosismo- queríamos pedirle un favor.
Nos vamos a ausentar unos días y nos gustaría saber si podría cuidar de nuestro
gato, lo hemos adoptado recientemente y no nos gustaría dejarlo sólo.
-Claro muchachos- respondió la
mujer deseosa de ocupar su tiempo libre.-Traiganmelo cuanto antes para que así
mi Ofelia se acostumbre a él, que es muy suya.
Diez minutos después el felino
orgulloso cruzaba el umbral, con ese porte
marcial que lo caracterizaba y
con unos ojos enigmáticos cuyo significado sólo tuvo sentido para la gata
tricolor que lo miraba desde el alféizar de la ventana con la cabeza apoyada sobre
las patas delanteras.
-Hola- maulló, el gato -me
llamo Moc.
-Hola- maulló la gata- me
llamo Ofelia.