miércoles, 23 de septiembre de 2020

SILENCIO

 SILENCIO 

El  juez  pregunta  al  menor-  ¿Por  qué  no  te  gusta  estudiar? 

El  menor  calla.  Silencio.

-Estudiar  no  nos gusta  a  nadie  pero  algo  tienes que  hacer-  añade. 

El  joven  continúa  callado.  Es un  chico  bien  parecido, se le ve triste  y confundido.  

-Nadie  me  entiende.  Piensa.  Para  que  hablar,  ya  me  han juzgado  antes de  conocer  los hechos. 

La  abogada que lo defiende tiene  prisa  y  deseosa  de  quitarse  el  caso  de  en  medio  susurra  al fiscal   –se  confiesa  culpable. 

La  víctima  es una  profesora  a  quién,  supuestamente,  el  chico  intentó  agredir, después de no haberle permitido la entrada por llegar tarde a clase.

 Termina  el  juicio.  La  sentencia es el ingreso del joven en un centro, seis meses de  trabajos para  la  comunidad  y una  indemnización  de  300  euros  a  la  perjudicada. Se  van.  

Ninguno  se  despide,  pero  percibo  una  súplica  en  los  ojos del  menor.  Me  ha  dejado  un  regusto  amargo.  Tengo  la  sensación  de  que hay algo  más.   

No  me  da  tiempo  a  seguir  reflexionando  porque  dos personas  entran  en escena.   

-Acabamos  de  poner  una  denuncia. Por  fin  ha  tenido  valor-  dice la mujer señalando  a  la adolescente que  va  con  ella.  –  El  chico  que  acaba  de  salir  es mi  sobrino  -  explica.  ¿ sabes a donde lo llevan?. Pobrecillo el  día  que  la  profesora  lo  denunció  había  sido  testigo  de  cómo  su  padrastro intentaba violar  a  su  hermana  tras asestarle  una  brutal  paliza  a  su  madre.  Él quiso  evitarlo -  añade  con  tristeza. 

Las prisas son  malas consejeras,  y  los juicios  de  valor  antes de  conocer  todas las versiones,  también.

La  paciencia  es  un  don  valioso  que  nos puede  servir para  escribir  un  nuevo  final.  El  silencio  en  cambio,  cuando  es callado,  rompe vidas. 




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