SILENCIO
El juez pregunta al menor- ¿Por qué no te gusta estudiar?
El menor calla. Silencio.
-Estudiar no nos gusta a nadie pero algo tienes que hacer- añade.
El joven continúa callado. Es un chico bien parecido, se le ve triste y confundido.
-Nadie me entiende. Piensa. Para que hablar, ya me han juzgado antes de conocer los hechos.
La abogada que lo defiende tiene prisa y deseosa de quitarse el caso de en medio susurra al fiscal –se confiesa culpable.
La víctima es una profesora a quién, supuestamente, el chico intentó agredir, después de no haberle permitido la entrada por llegar tarde a clase.
Termina el juicio. La sentencia es el ingreso del joven en un centro, seis meses de trabajos para la comunidad y una indemnización de 300 euros a la perjudicada. Se van.
Ninguno se despide, pero percibo una súplica en los ojos del menor. Me ha dejado un regusto amargo. Tengo la sensación de que hay algo más.
No me da tiempo a seguir reflexionando porque dos personas entran en escena.
-Acabamos de poner una denuncia. Por fin ha tenido valor- dice la mujer señalando a la adolescente que va con ella. – El chico que acaba de salir es mi sobrino - explica. ¿ sabes a donde lo llevan?. Pobrecillo el día que la profesora lo denunció había sido testigo de cómo su padrastro intentaba violar a su hermana tras asestarle una brutal paliza a su madre. Él quiso evitarlo - añade con tristeza.
Las prisas son malas consejeras, y los juicios de valor antes de conocer todas las versiones, también.
La paciencia es un don valioso que nos puede servir para escribir un nuevo final. El silencio en cambio, cuando es callado, rompe vidas.
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