LA
DECISIÓN
“No puedo seguir adelante sin ella”. Mientras leía aquellas palabras impresas
en el libro que tenía entre sus manos su instinto le decía que era el momento
adecuado. Que había que ser valiente. Que los sueños sueños son y si no se
lucha, por hacerlos realidad, no se cumplen.
-¿Qué tenía que perder?-se preguntó. Si ya lo había perdido todo.
Julián se levantó. Dejó el libro
en la estantería, salió de la biblioteca y emprendió el camino hacia su casa.
Feliz por la decisión que
había tomado no se percató de que la seguían. Cuando lo hizo ya era demasiado
tarde. Su final estaba escrito o quizás no.
Quién dijo que no podemos
cambiar el destino, o que no podemos elegir entre las distintas opciones que se
nos presentan.
Nunca te has preguntado qué
habría pasado si en lugar de una decisión hubieras tomado otra. He aquí la
respuesta:
Julián se dio la vuelta al
escuchar pasos detrás de él, normalmente no hubiera dado importancia a ese
hecho, pero en la calle, a esas horas de una tarde de invierno no había nadie y
el ruido de alguien andando tan cerca de él, le pareció extraño.
Fue demasiado tarde, porque no
le dio tiempo a esquivar el golpe que recibió en la cabeza y que lo dejó sin
sentido en medio de la acera.
No notó como le
registraban los bolsillos para buscar algo que el individuo que lo atacó
parecía tener muy claro que era. Tampoco sintió la patada en el costado que le
propinó al no hallar el ansiado objeto.
Cuando volvió abrir los ojos
tenía un dolor de cabeza terrible, y un sonido persistente se le metía en el
cerebro, ese bip insoportable no paraba, se dio cuenta de que era la máquina
que controlaba sus latidos. Estaba en el hospital.
En la butaca del fondo,
dormida, había una preciosa mujer, menuda, de tez tostada, su sueño parecía
inquieto, y su cara reflejaba el agotamiento y la tensión como si hubiera
pasado por un auténtico calvario. Le gustó desde el primer momento, pero no la
conocía.
Sintiéndose observada, abrió
los ojos,
--Julián, has vuelto por fin- suspiró aliviada.
Pero él la miró sin
comprender.
En otra dimensión, Julián vivía
su destino así:
Se levantó. Dejó el libro en
la estantería, salió de la biblioteca, sacó su móvil y pidió un taxi, cinco
minutos después cruzaba la Gran Vía dirección a su casa.
Llegó a su destino antes de lo
esperado, porque a esas horas de la tarde y en invierno, el tráfico era escaso.
Le asaltó el temor de no ser bien recibido, pero lo contuvo, llamó a la puerta,
le temblaban las piernas. La mujer que abrió era menuda, de tez tostada, su
cara reflejaba el agotamiento y la tensión como si hubiera pasado por un
auténtico calvario.
-Lo siento, dijo él
-Lo siento, dijo ella
Se fundieron en un abrazo, un
abrazo que habían esperado años y que ninguno se atrevió a pedir al otro. Porque el orgullo es mal consejero.
Si el destino no hubiera
puesto aquel libro en sus manos, probablemente ahora no estarían juntos.
O tal vez sí, quién sabe, porque
las almas gemelas no se sueltan ni con las vueltas que da la vida. Nunca sabemos lo que el destino nos tiene preparado
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