EL HILO DE ORO
“Yo no creía en artilugios y menos en
sortilegios, hasta que en una visita al rastro de Madrid encontré a los Defensores
del Mal los cuales se pueden alquilar para proteger a las personas que quieres.
Lo hago en casos muy especiales, cuando
alguien de mi entorno a quién deseo velar y proteger, como si fuera mi vida,
necesita ayuda.
Es curioso, das una clave, añades la
dirección, y toda la noche mi princesa está resguardada de la malicia de
Cerbero, el perro del infierno, que merodea por la casa. ¡Se acabaron las
pesadillas!.
Al día siguiente recibes un parte
escueto de que la protección ha sido la adecuada“
Era
la tercera vez que lo leía. El último mensaje de Whastsup que había recibido de
mi amigo. Ahí estaba para hacerme sentir que todo lo que había ocurrido hasta
ahora, era fruto de una equivocación. Que todos cometemos errores, que alguna
vez en esta vida metemos la pata, pero que no pasa nada que de todo se sale.
Que hay que luchar. Seguir adelante.
Sin
embargo creo que todo sucede por alguna extraña razón. ¿El hilo del destino? Probablemente.
O de lo contrario no estaría aquí escribiendo esta historia:
Había
una vez una princesa hermosa, bella, y caprichosa. Tan ansiosa estaba por ser
el centro de atención que se olvidó existir.
Os
preguntareis -¿cómo es eso posible?- Pues lo es.
En su reino, los habitantes dejaron de verla.
Sencillamente se volvió invisible.
Todo
comenzó una noche de verano. Cuando la joven paseaba por los jardines de
palacio escuchó una dulce voz.
-Princesa,
pssst, princesaaaaaa! La joven no podía ver quién la llamaba porque estaba
demasiado oscuro. Cuando finalmente sus ojos se acostumbraron a la tenue luz
pudo distinguir un conejito gris que le
hacía señas.
-Hola-
saludó la princesa – encantada por
aquella graciosa compañía- ¿quién eres?- preguntó
-Soy
quién te va a convertir en reina, el mago que va a cumplir tus deseos- le
susurró- si confías en mi te transformaré
en la dama con la que todos sueñan.
La
princesa ya no le escuchaba porque había entrado en un dulce estado donde su cerebro
y su fantasía trabajan juntos imaginando ese mundo perfecto que el conejito le
había dibujado.
Cada
noche, cuando salía a caminar, su nuevo amigo le contaba una maravillosa historia de su
futuro, así que durante el resto del día estaba ausente, lejana, soñando con
convertirse en lo que le habían prometido.
Un
día, una poderosa tormenta le impidió reunirse con su nuevo compañero de juegos,
y en lugar de pasear por los jardines, optó por recorrer las dependencias del
castillo.
En
lo más alto de la torre descubrió una habitación que no había antes. La puerta
se abrió cuando la princesa se acercó. En el interior había una fastuosa
colección de trajes. Los más bellos que había visto en su vida. Junto a todos
aquellos vestidos había un muestrario de zapatos a juego y varias bobinas de
hilo, dispuestas en una estantería. Le llamó la atención una de oro.
Cuando
se acercó para tomarla entre sus manos, una profunda voz retumbó en toda la
estancia, asustandola
, haciéndola temblar más que por el eco, por el
significado de aquellas palabras:
“Soñé que era un hilo de oro que cubría una
bobina grande. Me vi eterno, brillante, poderoso, intenso. Soy la hebra de la
vida, el estambre, el filamento y con
cada vuelta te cuento el futuro.
Cada vez que me destejes envejeces.
Si tiras despacio y con conocimiento tejerás un bonito bordado, pero si me
deshaces con rapidez me acabaré pronto y entonces habrás malgastado tu
existencia sin disfrutarla.
Cuídame, evita que me rasgue, me
fragmente o rompa antes de lo previsto. El tiempo es oro y nuestra vida un hilo”.
La
princesa comprendió de pronto su vana existencia. Imaginando que era un ser
especial, había olvidado todo lo extraordinario que sucedía a su alrededor.
Volvió en sí, y por primera vez vio al conejito como era en realidad, Cerbero,
el perro del infierno que sólo buscaba robarle el corazón para colgarlo como un
trofeo a las puertas del averno.
La
joven volvió de su retiro voluntario. Sus súbditos podían verla de nuevo. Sin
embargo el peligro seguía acechando cerca de su morada. El guardián del
infierno continuaba alerta, esperando, esta vez para introducirse en su
pesadillas.
Pero la princesa tenía escoltas fieles que velaban por ella y que no iban a permitir
que Cerbero la robara de nuevo. Los soldados más valientes empezaron a
custodiar sus sueños cada noche.
Cuando
la princesa fue nombrada reina, años después, otorgó a este escuadrón el don de
la inmortalidad agradeciendo así el haberla rescatado de la garras de un ser
tan cruel.
-Os
llamareis Los Defensores del Mal – dijo a sus soldados.
Desde
entonces vagan por la eternidad siendo el escudo, la defensa y el resguardo
contra las pesadillas de todos aquellos que solicitan sus servicios.
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